EL Rincón de Yanka: KERIGMA: SEMINARIO DE VIDA EN EL ESPÍRITU - 8ª. EL ESPÍRITU OS HARÁ RECONOCER EL PECADO

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martes, 12 de septiembre de 2017

KERIGMA: SEMINARIO DE VIDA EN EL ESPÍRITU - 8ª. EL ESPÍRITU OS HARÁ RECONOCER EL PECADO

KERIGMA 
Seminario de Vida en el Espíritu
8ª Semana: El Espíritu les convencerá de pecado
Os conviene que yo me vaya, pues si no me fuere, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy os lo enviaré. Y cuando él venga convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado: porque no creen en mi; de justicia: porque me voy al padre y ya no me veréis más; de juicio: porque el príncipe de este mundo ya ha sido condenado. Jn 16, 7-12)
CRISTO, NUESTRA JUSTICIA

Este es un tema que me encanta. Me gustaría dar rienda suelta y escribir 
un capítulo libre sin cortapisas de ninguna clase. Voy a hablar de uno de 
mis kerigmas preferidos si no el más. En él se da, a mi parecer, lo más 
profundo de la teología carismática, mejor dicho cristiana, que yo no la he 
oído predicar nunca a nadie. Este kerigma es del evangelio de San Juan y 
dice así: Os conviene que yo me vaya, pues si no me fuere, no vendrá a 
vosotros el Paráclito; pero si me voy os lo enviaré. Y cuando él venga 
convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado: 
porque no creen en mi; de justicia: porque me voy al padre y ya no me 
veréis más; de juicio: porque el príncipe de este mundo ya ha sido 
condenado (Jn 16, 7-12). 

Tengo que confesar que este párrafo siempre lo he leído como si fuera 
un reproche, como si el Espíritu Santo nos fuera a juzgar y afear nuestro 
despiste. No tiene por qué ser así. La tarea del Espíritu no es la de 
juzgamos ni reñimos sino la de iluminamos y enseñamos y guiamos 
hasta lo profundo de la voluntad de Dios. Por eso, hermano, quien quiera 
que seas, si estás muy culpabilizado no proyectes tus miedos y fantasías 
sobre esta Palabra de Dios. Estés como estés y seas como seas, te está 
hablando con todo cariño. 

Jesús, en el texto, promete a sus discípulos el Paráclito o Espíritu Santo 
que tendrá como tarea revelamos a Jesús y guiamos hasta la verdad 
completa. Se trata de abrir los ojos a los discípulos y que entiendan con 
quién han estado tratando durante tres años. Siempre creyeron que era un 
hombre único pero ahí se quedaron. Resucitado y todo, no fueron capaces 
con sus ojos humanos de distinguirlo de un hortelano. La misma labor 
sigue haciendo el Espíritu actualmente: muchos hablamos de Jesús, pero 
tenemos el peligro de hablar del hortelano cuando no somos 
profundamente iluminados por el Espíritu Santo. El cambio de ojos que  
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se necesita para este descubrimiento no está a nuestro alcance; es más, ni 
siquiera sospechamos que pueda existir. 

En la Renovación carismática se vivencia de una manera tan fuerte al 
Espíritu Santo que a veces nos podemos quedar en un cristianismo del 
Espíritu. Grave equivocación porque de lo que se trata es de que seamos 
iluminados sobre el significado y la realidad del hombre Jesús, ese que 
pasó en medio de nosotros y después murió y resucitó. El Espíritu será 
enviado con este cometido. Es un curioso misterio cómo el Espíritu que 
necesitamos para conocer a Jesús y saber toda su verdad, nos lo tiene que 
enviar el mismo Jesús. Sería bonito estudiar este tema pero ahora no 
vamos a entrar en ello. 
Y o, en algún momento, llegue a sentir que con la experiencia del 
Espíritu se agotaba mi relación con Dios. Con lo cual me hacía muy 
espiritual pero saliéndome de la Iglesia que se fundamenta en Jesucristo y 
de él recibe los sacramentos y toda la plenitud. No, el Espíritu nos es 
enviado para que nos revele al hombre Jesús, que además descubrimos 
que tiene personalidad divina por la unión hipostática, un hombre que el 
Padre eligió para que fuera nuestro Salvador. La tarea del descubrimiento 
de Jesucristo y de su posterior seguimiento se nos puede aumentar 
grandemente meditando en las palabras de San Juan que hemos citado 
más arriba.

Nos convencerá de pecado

Cuando venga el Espíritu Santo nos convencerá a todos de que somos 
pecadores y la razón es porque no creemos en él. Sabemos que somos 
pecadores, nos confesamos cada poco, recitamos con sinceridad aquello 
de pecador me concibió mi madre, la conciencia nos acusa con frecuencia 
y podemos, incluso, tener miedo a la condenación. Estas son vivencias 
muy comunes, incluso, entre los que quieren caminar muy cerca de Dios. 
Nos sentimos culpables de que no hacemos lo que debemos, de que en 
nuestra lucha contra el pecado somos indolentes, de que ponemos una 
vela a Dios y otra al diablo. 

Unimos también las ideologías del momento para aquietamos diciendo 
que el infierno no existe, que Dios es bueno, que hoy la gente no cree, 
que los curas han predicado el infierno para reprimimos y dominar la 
sociedad, que la religión es oscurantista y retrógrada. Dirán los más 
maestros que Dios no existe, que ha muerto, que es un invento del 
pasado. Nos apoyamos en las encuestas y vemos que hay mucha gente 
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que deserta de la Iglesia, que no va a misa los domingos ni bautizan a sus 
hijos. Si las encuestas son favorables a nuestros deseos nos dan un poco 
de seguridad aunque es más bien fachada externa. 

Pues bien, el Espíritu Santo cuando venga a ti, cuando te encuentres 
con él, no te va a hablar de estos miedos y temores y subterfugios con los 
que sueles jugar. Es más, si algún día te condenas no será tampoco por 
obras o hechos que has cometido sino porque no has creído en él. Lo que 
te va a decir es que no crees que ya estás salvado, no crees que Cristo 
murió por ti y que su sangre ha limpiado todos tus pecados. Si Cristo te 
ha perdonado todo, el único pecado que puede existir es no creer en eso. 

Si crees ya estás perdonado. La raíz de cualquier condenación es no haber 
creído en él. Alguno dirá: ¿cómo que no he creído? Toda mi vida he 
intentado conocerlo y seguirlo. No sé pero Jesús dice que el Espíritu 
Santo te acusará de pecado porque no has creído en él, es decir, en Jesús y 
en la obra que el Padre le ha mandado cumplir respecto a ti. Es una 
acusación directa y personal: No crees en mi. Pero Señor, ¿cómo dices 
eso, si siempre he estado en todo lo tuyo? 

El juicio en este contencioso se dirimirá mediante la gratuidad. Jesús te 
ha salvado gratuitamente cuando eras enemigo, cuando estabas en 
pecado, lleno de amor por ti. El capítulo quinto a los Romanos nos lo dice 
muy claro. El murió una muerte ignominiosa en la cruz para eliminar 
todos tus pecados. Es una obra de infinita misericordia y la respuesta que 
él espera es la acogida de esta acción gratuita e infinitamente amorosa. 
Tú, sin embargo, te pasas la vida siendo bueno para salvarte por ti mismo, 
luchando contra el pecado o tratando de negarlo para aquietar tu 
conciencia. ¡Pero si ya estás libre de él! 

¿Quién te separará del amor de Cristo, si es él el que te lo está 
regalando? Yo te lo digo: te separa tu culpabilidad que no te deja creer. Si 
vas a un bar a tomar una cerveza y, al ir a pagar, el dueño te dice que ya 
esta pagado, que la ha pagado su hijo: ¿Quién te acusará de no haber 
pagado? Es muy importante que venga el Espíritu Santo y te aclare sobre 
lo que es pecado porque si no nunca te enterarás. Seguirás salvándote tú a 
ti mismo todos los días de tu vida, dejando a Cristo solo con las manos 
llenas de un amor malgastado. No hay teología vivencia! más honda que 
esta porque afecta a las raíces de tu propio ser. Buscas la paz, la tienes en 
Cristo; buscas la seguridad de tu salvación, la tienes en Cristo; preguntas 
qué tienes que hacer y la Palabra te responde: «Ya está hecho todo, 
acógelo y disfrútalo». 

No es fácil aceptar esta teología porque estamos educados de una 
manera distinta. No aceptas que a ti se te pueda querer de esa manera. No 
tienes experiencia de que nadie te haya querido así. El hombre se 
encuentra culpabilizado desde el nacimiento, arrastra un pecado original 
por los siglos de los siglos, un pecado de trasmisión que nos llega a través 
del inconsciente colectivo de la humanidad pero que en determinados 
momentos cuando te pones a actuar te carga de reminiscencias 
ancestrales. Si tus abuelos se llevaban mal se te nota y lo dejas escapar sin 
darte cuenta en tus juicios o acciones. Son heridas de pecado muy 
anteriores a nuestro conocimiento y a nuestra capacidad de prevención. 

Notamos este pecado cuando vemos el mal que hay en el mundo; cosas 
horribles y con frecuencia muy conscientes. En ocasiones decimos, 
¿cómo puede actuar así la humanidad? Los pueblos, naciones y 
comunidades se encuentran inmersos a veces en duros pecados de 
trasmisión de generación en generación. ¿Dónde has nacido tú? ¿Qué 
respiraste desde el primer minuto de tu vida? Hay racismos, xenofobias, 
nacionalismos, revanchismos, que hacen que la gente pase parte de su 
vida o toda entera sin pensar en la salvación limpia que nos ha traído 
Jesús. A muchos niños desde el momento de nacer ya se les inyecta odio 
contra tal familia, país o raza. ¿De qué les acusará el Espíritu Santo? Tal 
vez no te acuse de ser nacionalista o racista pero sí de haber malgastado 
la salvación de Jesús porque sólo has estado en tus cosas. Algunos dicen 
que el Espíritu está en todas las culturas, tiempos y lugares. Y o no lo 
niego, pero cuando se ponga a hablar nos convencerá de que no creemos 
en Cristo y en su amor infinitamente gratuito. 

La teología que se vive en la Renovación da aquí un segundo paso: se 
necesita Espíritu Santo. Porque tú dices que estás de acuerdo y que crees 
que Jesucristo nos ha salvado y nos amó siendo enemigos, y añades: 
¿pero algo tendremos que hacer nosotros, algo se nos exigirá?, ¿no es 
verdad? Si razonas así, es que no crees; tendrás creencias pero no fe. 
Tendrás creencias culturales e incluso religiosas pero no crees en 
Jesucristo, no crees que te ha salvado ya. No conseguirás amarle 
totalmente porque no le dejas que sea totalmente bueno para ti. Lo 
encuadras en tus prejuicios y tratarás de hacer algo. Pues bien, lo que 
pongas de tu parte es lo que más te separa de Cristo, más que la debilidad 
o el pecado. Mientras tú tengas que hacer algo para salvarte no te 
inundará la alabanza, porque seguirás siendo responsable de tu salvación 
y lo verás todo con aprensión. Es más, todas tus obras buenas te afirman 
sobre ti mismo contra la sangre de Cristo. 

Jesucristo sólo te exige tu fiat, tu sí a su obra; todo lo demás es robarle 
la gloria. Ahora bien, para superar las creencias y entrar en la fe se 
necesita mucho Espíritu Santo. Hay una diferencia cualitativa entre la fe y 
las creencias, lo mismo que la hay entre las virtudes y el don. La fe 
pertenece al nivel del don. Para creer que Jesús es el Señor y por eso es 
capaz de salvar gratuitamente, se necesita el Espíritu Santo. No bastan las 
buenas intenciones y las bondades. El buenismo es un peligro porque 
tiende a contentar a todo el mundo y a no dejar que cada cosa sea lo que 
es.

Nos convencerá de justicia

He aquí una buena pregunta: ¿Quién o qué es lo que me justifica a mí 
delante de Dios? Para esto hay muchas respuestas: algunos pensarán que 
no están justificados, otros pondrán su confianza en las obras, otros 
pensarán que Dios es bueno y todo lo perdona, muchos no entenderán 
siquiera la pregunta. La podemos formular de otra forma: para ir al cielo 
es necesario ser justo, ¿cómo se puede hacer uno justo? Tal vez la 
mayoría diga, como en las confesiones: «yo ni mato ni robo ni hago mal a 
nadie». Con eso ya se consideran suficientemente buenos con lo que 
siguen su vida con la sensación de cumplir su deber. 

El Espíritu Santo, al convencerte de justicia, vuelve tus ojos a Cristo y 
te dice: «Él es tu justicia». Iba yo conduciendo, en cierta ocasión, por una 
autopista de pago, apenas sin tráfico. Escuchaba una canción que se titula 
«Cristo, justicia de Dios». No sé que me pasó pero lo entendí. Allá en lo 
profundo de mí mismo entendí que a Dios no le interesan otras justicias 
ni otras obras ni otros méritos, entendí que la justificación, el hacerte y 
ser justo, es una obra de Dios ligada a Jesucristo. El que recibe el don de 
entender a Cristo así, no necesita hacer más cosas porque la más bella 
cosa que puede hacer en la vida es disfrutar de ello. 

Una moción del Espíritu así, aunque esporádica, te deja grabada esa 
verdad en el alma y ya nunca la podrás perder. Es de tal índole que está 
en la línea de la alta contemplación de modo que si sigues te santificará 

grandemente pero, si abandonaras, tu separación sería más dura. Si te 
condenaras después de una experiencia así, el demonio te volvería loco en 
el infierno tratando de chupar en ti ese trocito de cielo que un día te 
marcó. La razón es porque estas verdades marcan con el sello del Espíritu 
Santo. Y o no sería capaz de hablar de lo que estoy hablando si no fuera 
por la certeza de lo que aquel día se me dio. Después de esa experiencia 
cualquier teología racional contraria no conmueve ni una brizna de tu 
inteligencia. Las verdades de Dios se marcan a fuego. 

Aunque tenía que salirme de la autopista para coger una carretera 
secundaria, seguí bastantes kilómetros por ella para disfrutar de lo que me 
estaba pasando. No quería distraerme pasando camiones, atendiendo a las 
curvas y vigilando a los que venían de frente. Más abajo, empalmé con mi 
destino. Sólo podía alabar, cantar, levantar los brazos y regocijarme 
grandemente. Fue un toque del don de inteligencia que no sólo agradeceré 
siempre sino que es base y fundamento de mi vida espiritual. 

Saco esto a colación al hablar de una teología carismática porque en la 
Renovación se dan muchas mociones espirituales semejantes y a veces se 
pierden por no estar suficientemente aclarados. Para entender lo que 
dijimos del pecado, lo que decimos ahora de la justicia y diremos después 
del juicio, se necesita el sello del Espíritu. Esto no es racional ni se 
entiende con la cabeza. El cofre donde estas perlas se pueden guardar a 
buen recaudo para los que son llamados a la Renovación es la comunidad 
carismática. Es bueno conocer los tesoros que guarda el cofre. 

Es más, yo puedo decir que desde ese día comencé a predicar sobre el 
texto de San Juan que estamos comentando. Hasta ese momento nunca lo 
había entendido y me sonaba más bien a rareza. Después de eso, es uno 
de los párrafos bíblicos que alimentan al máximo y regocijan mi vida 
espiritual. Si Cristo es mi justicia, ¿dónde pueden estar mis 
preocupaciones? Nadie me va a pedir cuentas porque ya estoy justificado 
por él. El creérmelo le da a él una inmensa gloria. Sé que soy pobre y 
pequeño, sé que no habita en mí nada bueno, se que por mí mismo no 
puedo alcanzar ninguna perfección, mas todo eso no me preocupa, mi 
perfección está en Cristo, él es todo para mí. San Pablo dijo que Dios nos 
había dado a Jesús como sabiduría, justicia, santificación y redención (1 
Co 1, 30). Nos cuesta creerlo porque seguimos dependiendo de nuestras 
obras, pero aquí lo grave es no creer en ello. 

Siempre hemos entendido la religión como una serie de cosas que 
tenemos que hacer por Dios que al final nos someterá a la reválida para 
ver si aprobamos o no. Pues bien, el cristianismo es una religión de 
gracia, de llamada, de elección, es él el que te quiere primero, es él el que 
toma la iniciativa y te salva. Ahora bien, aquí debemos profundizar un 
poco porque dicho así, tal como lo vengo diciendo, a alguno le puede 
parecer que está perdiendo el tiempo con la lectura de unos iluminados o 
gente que ha hecho de la gracia una baratija. 

No. Ha quedado claro que la justicia le pertenece a Jesucristo ya que es 
el único justo pero su justicia no nos viene por una simple imputación 

extrínseca o forense como diría Lutero, sino que tiene que suceder en 
nosotros mediante el Espíritu Santo o gracia santificante. La palabra 
suceder es muy importante para entender la teología carismática que yo 
propugno. Con esta palabra se acepta que nuestra justicia es un don y se 
excluye que nos venga por nuestros méritos u obras. Nosotros nunca 
llegaríamos a ser justos delante de Dios hiciéramos lo que hiciéramos. La 
justicia se nos regala pero no de una forma barata sino haciéndonos 
partícipes de lo que costó a Cristo llegar a ella. 

El Espíritu Santo, después de justificarte gratuitamente, te va 
configurando con Cristo. Él es el que lo hace con tu sí y acogida. Poco a 
poco, mediante un largo proceso. La santidad es un proceso. De lo 
contrario las cosas que van a ir sucediendo en ti romperían tu equilibrio 
humano. San Pablo te lo explica muy bien en la carta a los Romanos 
capítulos cinco, seis y siete. Dice que después de haber quedado sin 
pecado por creer en Jesucristo que te ha perdonado, ahora para entrar en 
la justicia de Dios, el Espíritu va haciendo que dejes tu pecado y tu vida 
vieja sepultándola con Cristo. Sepultar tu pecado quiere decir no querer 
vivir más de él, no buscar tu felicidad en algo distinto de Cristo. Esto va 
sucediendo dentro de ti casi sin notarlo. De repente te das cuenta de que 
ya no te gustan las conversaciones de antes, ni las reuniones, ni las 
diversiones ni los libros que leías, incluso, comienzan a tambalearse las 
viejas amistades. En cambio te gusta reunirte con los que hablan tu 
lenguaje, tienen tus mismas experiencias y tus mismos gustos. Entras por 
un camino extraño porque no es el del mundo pero te satisface. Algo ha 
sucedido en ti muy importante. 

Empiezas a gustar de la vida espiritual. El problema que te vendrá y te 
hará dudar acerca de la verdad de que Cristo te haya hecho justo es que 
sigues siendo débil y pecador aunque ya no lo quieres. Pero las pasiones y 
los hábitos antiguos van a permanecer largo tiempo en ti. San Pablo te 
dice: No escuches esas insinuaciones, no tengas miedo a tu debilidad; si 
has muerto con Cristo estás bajo el dominio de la gracia y, el pecado, 
aunque lo cometas, ya no tiene dominio sobre ti, se le han cortado las 
raíces, algún día se secará. Tú ya estás en la justicia de Jesucristo. El 
mismo Pablo, aquejado, de esta duda dice: En cuanto a mi, no me 
gloriaré sino de mis debilidades. Y añade: Para que no tenga soberbia se 
me clavó un aguijón en la carne. Pedi al Señor que se apartara de mi este 
aguijón. Pero él me dijo: «Te basta mi gracia pues mi poder se 
manifiesta en tu flaqueza». Muy a gusto, pues, me gloriaré de mis 
flaquezas (2Co 12, 5-10). 
La búsqueda de la justicia en el hombre siempre es, pues, subsidiaria 
de la acción del Espíritu que te llevará a donde él quiera y a la altura que 
has de tener según la medida del don de Dios. La justicia, aunque es un 
regalo y totalmente gratuita, exige tu fidelidad. Y no es fácil ya que, al 
hombre viejo que habita en ti, le gusta el pecado y todo lo que le ofrece el 
mundo. No quiere para nada sepultarse con Cristo. Por eso muchas veces 
la fidelidad a la justicia gratuita te hará sufrir grandemente porque al 
suceder en tu encamación, en tu día a día, en tu carne débil, te hará 
padecer. 

Aquí se inserta también en una teología carismática la dimensión de la 
cruz. Todos los padecimientos sufridos desde ti mismo, todas las 
enfermedades y tribulaciones vividas a nuestra cuenta, no nos consiguen 
ni un gramo de justicia, pero si las vivimos desde la fe en Cristo, desde la 
certeza que todo es don y gracia nos ayudarán muchísimo a identificamos 
con Cristo. No le robamos ni un gramo de su gloria gratuita ni 
malgastamos una pizca de su amor oblativo por nosotros. Todo lo 
contrario, dejamos que su dolor suceda en nosotros y ahuyente el poder 
del mal en nosotros y en su cuerpo que es la Iglesia. Ahora me alegro, 
dice Pablo, de mis padecimientos por vosotros. No nos servirán para 
compensar nuestros pecados porque en ese terreno toda la gloria es de 
Jesucristo, mas el vivir en ti sus sufrimientos engendra un amor inaudito 
hacia él y una identificación de enamorado. 

La experiencia que me han dado mis largos años de cáncer me 
cercioran de la verdad de lo que digo. Nunca he vivido mis sufrimientos 
para ganarme el cielo o para aumentar en gracia; los he vivido para dejar 
a Cristo que suceda en mí, para que viva en mí su pasión, para que le 
pueda querer más. El tema de mi salvación o santidad no entraba en mis 
apetencias porque lo tenía regalado en Cristo por la bondad de Dios, pero 
el don de vivir con Cristo mi enfermedad sí me interesaba mucho porque 
me hacía conocerlo mejor y amarle mucho más. Aquí ya entra el mérito 
porque al suceder en mí, la fidelidad aumenta la calidad. Esto también es 
gracia, como en la Virgen María, pero en ella, sobre todo, y en mí 
también, se imputa como mérito, al menos, eso dice el Concilio de 
Trento. De ahí que ella, que se abrió más que nadie, es una criatura más 
excelsa que nadie. Dios pudo derramar en ella una justicia inaudita.

Nos convencerá de juicio

Dice San Juan: Nos convencerá de juicio porque el príncipe de este 
mundo ya ha sido juzgado o condenado (Jn 16, 12). ¿Qué tiene que ver 
conmigo el príncipe de este mundo? Según el Apocalipsis el diablo es el 
acusador de nuestros hermanos, el que los acusa ante Dios día y noche. 

Dice Apocalipsis 12, 10: Ahora ya llegó la salvación y el poder y el reino 
de nuestro Dios y el imperio de su Cristo. Porque ha sido arrojado el 
acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba dia y noche ante 
nuestro Dios. Pero ellos lo han vencido por la sangre del cordero y por 
el testimonio que dieron. Por esto estad alegres, cielos, y los que moráis 
en sus tiendas. 

No cabe la menor duda de que el diablo favorece a todos los 
anticristos: racionalismo, materialismo, consumismo, todo lo que desvía 
nuestra fe de Cristo y de su salvación. Me parece magnífico que en este 
kerigma tan bello que estamos comentando introduzca San Juan al 
demonio como efecto directo de la venida al mundo del Espíritu Santo 
después de la muerte de Cristo. El Espíritu nos convencerá de que nuestra 
relación con el demonio no puede ser la del miedo porque ya ha sido 
vencido. ¿Por qué Santa Teresa le ahuyentaba con unas gotas de agua 
bendita? Porque ha sido ya vencido, aunque siga molestando. Ya no tiene 
dominio sobre la humanidad a no ser que tu le entregues ese dominio. 

Cuánto tendría que pasar y experimentar San Juan para poder 
condensar en este pequeño kerigma la esencia del cristianismo. 


Cuánto 
tuvo que ahondar en él el Espíritu Santo para poder redactarlo con tres 
palabras: 

pecado, justicia y juicio. Este análisis y resumen tuvo que pasar 
largos días por su carne haciéndolo sufrir hasta que pudo parir una 
formula tan decisiva. Es una gracia de Dios estupenda que muriera tan 
viejo cuando ya muchas cosas de la Iglesia iban tomando la forma casi 
definitiva. Jesucristo les diría cosas maravillosas pero cada enseñanza de 
Cristo tuvo que somatizarse y encarnarse en la historia de cada uno de los 
apóstoles. 

Nosotros no tenemos una experiencia directa de los diálogos que tenía 
el demonio con Dios para acusamos con tanto furor día y noche. Sí 
sabemos cómo acechó ya desde el principio a nuestros primeros padres y 
les venció con astucia. San Juan nos dice que el mundo está sometido al 
poder del maligno pero que nosotros lo vencemos fácilmente con la fe. 

Esta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe (Un, 5, 4). 
Esta es la fe que se necesita muchas veces en la Renovación 
carismática. Al demonio se le da mucha rienda entre nosotros 
dependiendo de la teología que tenga cada uno de los grupos y de la 
formación e idiosincrasia de los dirigentes. Procedemos de grupos 
 
pentecostales y evangélicos en los que, en algunos de ellos, se vive de una 
manera dramática la lucha con el demonio. En el catolicismo mucho 
menos pero también se pasan algunos. Hay gente sin ninguna teología 
pero que campan por sus fueros. 
Los que tienen mucho miedo al demonio es que no aman y les falta fe. 

San Juan dice que el amor culmina entre nosotros cuando tenemos plena 
confianza en el día del juicio. No hay temor en el amor, sino que el amor 
perfecto echa fuera el temor ya que éste mira al castigo y el que teme no 
es perfecto en el amor. Nosotros amamos porque él fue el primero en 
amamos (Un 4, 17-19). Nosotros somos perfectos en el amor si creemos 
que Cristo es el que nos ha quitado el pecado, nos proporciona la justicia 
y ha vencido al juicio del mal. 

El demonio lo que quiere es que sintamos que nuestro pecado es más 
importante que la misericordia de Dios. Eso le dice el Señor a Santa 
Catalina de Siena O.P. en sus diálogos: Reprocharé al mundano sus 
injusticias con los demás pero, sobre todo, consigo mismo, al haber 
creído que su miseria es más grande que mi misericordia. Este es el 
pecado que no se perdona ni aqui ni allá, pues por menosprecio no ha 
deseado mi misericordia. Este pecado es más grave para mi que todos los 
demás que cometió (Diálogos, 118, cap. 37). El demonio ataca a fondo la 
gratuidad de la salvación. Quiere que tu pienses que tu pecado tiene 
fuerza para inutilizar la redención de Cristo. Si lo vives así estarás 
preocupado por justificarte delante de Dios y te sentirás acusado día y 
noche. Si te justificas es que no crees, no te sientes salvado. Rechazamos 
la justificación de Jesucristo y vivimos de la nuestra. 

Decía una amiga: 
«No me importa morirme, lo que me preocupa es el encuentro en el más 
allá». A esta mujer le falta mucho para creer en lo que nos dice San Juan. 
La paz profunda al pensar en el más allá en medio de tus debilidades es el 
signo de que crees de verdad en Jesucristo. 
Pero el demonio te dice: «Eso vale para los demás, para ti, no. Tú 
sabes muy bien quién eres, lo que has hecho, lo que has pensado y vivido. 
Tú conoces tu malicia y tus malos deseos contra todo y contra todos». Te 
hace dudar y sentirte mal porque las actuaciones del demonio siempre 
llevan a la desesperanza y a la desesperación. No es el demonio de 
halloween el que nos rodea, va muy profundo en su acusación. El 
desprecia las mascaradas, incluso de las sectas y misas satánicas, él te 
lleva hacia lo profundo de la desesperación. 

En la Renovación se lucha mucho contra los demonios de halloween 
pero no contra los de la gran soberbia y sus anticristos que aparecen en 
las grandes ideologías y materialismos vitales que arrasan la raíz de 
cualquier inocencia. Falta filosofía profunda entre nosotros. Las sectas 
satánicas y demás ralea manifiestan a un demonio tonto y bananero, 
superficial y populachero, cuando es una criatura extremadamente 
inteligente, perverso y pervertidor como dijo Pablo VI. 

Los que estamos bajo el Espíritu y creemos en Cristo no debemos tener 
miedo al demonio, como tampoco al pecado y a la injusticia porque ya 
están vencidos. Sin embargo, frente al demonio sí debemos ser cautos 
porque domina en el mundo y en muchos cristianos mediocres. En 
beneficio de nuestros hermanos debemos desenmascararlo. Lo que no es 
bueno es que los carismáticos, ya crecidos, sigan con esos temores que 
rebajan su fe en el amor victorioso de Cristo. A esos les viene mejor lo 
que dijo Santo Tomás de Aquino o no sé quién, que deberíamos estar 
agradecidos a los demonios porque las pruebas a las que nos someten 
redundan en mérito para nosotros y en gloria para Nuestro Señor 
Jesucristo.